29 marzo 2019

LA CANCIÓN DE LOS VIVOS Y LOS MUERTOS

JESMYN WARD

”– ¿Como te llamas, chaval?

– Richard. Pero todo el mundo me llama Richie para abreviar. Y para hacer la broma. Me miró con las cejas levantadas y una sonrisita en la cara, tan pequeña que sólo se veía su boca abierta y sus dientes, blancos y apiñados. No entendí la broma, así que se reclinó en la silla y me explicó con la cuchara:

– Como robo, soy rico, ¿lo pillas?

Me miré las manos. No quedaban restos de migas pero me sentía como si no hubiera comido.

– Es una broma –dijo.

Así que le di a Richie lo que quería. No era más que un niño. Me reí.”

Aún oigo la canción. Si presto atención, puedo oír a Kayla cantar. Si me la imagino, veo a Jojo a su lado, acariciándole la espalda mientras ella está entregada a la tarea, sin preocupaciones.

Estos personajes son como fantasmas que se han quedado conmigo desde que terminé la lectura. Personajes de esos que no puedes olvidar y que sabes que siempre te acompañarán. Además, son pequeños de edad, pero nos enseñan grandes cosas. Nos demuestran que pueden cuidar el uno del otro y superar el abandono de una madre ausente; de que pueden comunicarse como hermanos aunque sin palabras; de que pueden consolarse tras la muerte de un ser querido; de que pueden protegerse frente a un entorno desfavorable.

Este es un libro que habla del vínculo y de la soledad individual de los miembros de una familia. También es una historia de drogas. Y de lo que es la maternidad fallida. Y la paternidad fallida. Nos enseña, por otro lado, que todavía existen familias que sufren el racismo de la América más profunda y más estúpida. Habla de la muerte. Y habla de la vida. Y habla de la muerte en vida y de la vida en muerte.